Todos sabemos que el problema del hambre en el mundo no es la falta de alimentos, sino el uso y reparto que se hace de los alimentos existentes. Si se repartieran bien los alimentos existentes, con justicia moral, es decir con una justicia que incluyera la misericordia y la generosidad, no habría en el mundo personas que tuvieran que morir de hambre. Sabemos que repartir bien es muy difícil y costoso, pero merecería la pena: que nadie se quedara con alimentos superfluos y que repartiera estos alimentos a las personas que los necesitan para vivir. No olvidemos nunca la famosa frase de san Agustín: los alimentos superfluos de los ricos son los alimentos necesarios de los pobres. ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros? Primero practicarlo y dar ejemplo; después predicarlo y actuar social y políticamente de acuerdo con esta idea. Jesús repartió alimento de pobres –unos panes de cebada y unos peces- y hubo para todos. El ejemplo de Jesús debería ser contagioso para todos los cristianos, para los pobres y para los ricos. Repartamos todos lo que tenemos, poco o mucho, y desaparecerá el hambre del mundo. ¡Claro que para eso hace falta mirar antes al cielo y obedecer a nuestro padre Dios! Como hizo Jesús.
Porque así dice el Señor: comerán y sobrará. El profeta Eliseo regaló a la gente que tenía hambre los panes de la primicia, veinte panes de cebada y el grano reciente de la alforja. Con ello comieron las cien personas que había allí, y sobró. Se cumplió la palabra del Señor: Comerán y sobrará. Las personas profundamente buenas y religiosas son siempre caritativas; lo que pasa es que, por desgracia, el egoísmo y la tacañería gobiernan el corazón de la mayoría de las personas. Por eso hay tanta hambre en el mundo, porque muchísima gente gasta más comida de la que necesita. Es triste reconocerlo, pero es verdad que muchísima gente se gasta mucho dinero en dietas y en médicos para perder los dos o tres kilos de más que han puesto por comer lo que no debían. Seamos sobrios y austeros en la comida –y en los gastos en general- y así siempre nos quedará algo para darlo a los demás.
No es nada fácil convivir en paz y harmonía los unos con los otros. Fácilmente nos herimos sentimentalmente, o no nos comprendemos y nos juzgamos negativamente. Por eso, estas frases que san Pablo dice a los primeros cristianos de Éfeso son de una gran actualidad y necesitamos reflexionar sobre ellas un día sí y otro también. Las primeras comunidades cristianas se distinguieron precisamente por eso, por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Y no pensemos que esto lo consiguieron sin esfuerzo y oración. Sabemos que esto no fue así y que todos los días se reunían para rezar juntos, que se animaban mutuamente y que compartían lo que cada uno tenía. Hubo algunas dolorosas excepciones, como sabemos por los Hechos, pero la gente que les veía les admiraba por lo mucho que se amaban y porque repartían y compartían todo, de tal modo que entre ellos nadie pasaba necesidad. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es.
- Diego Ospina