V domingo de pascua ciclo C 2019

Pablo y Bernabé regresan a la ciudad de Antioquía para dar cuenta de la misión que aquella iglesia les había encomendado. Vuelven por el mismo camino, con el fin de consolar a los hermanos de las comunidades que han fundado y de consolidar la obra que habían realizado de ida. Mientras tanto, los gentiles que se habían convertido al evangelio habían sido objeto de las primeras persecuciones, sobre todo por parte de judíos y judaizantes. Como había dicho Jesús, la puerta de acceso al Reino de Dios es muy estrecha y los que abrazan el evangelio pasan por muchas dificultades. Hoy día muchos cristianos son perseguidos en el mundo solo por llevar el nombre de cristianos. Pablo y Bernabé designan presbíteros que cuiden en adelante de las nuevas iglesias o comunidades. Para ello hacen uso de su autoridad como apóstoles y fundadores, pero probablemente no elegirían a nadie sin tener en cuenta la opinión de los fieles. El título de presbítero no tiene su origen en el culto, a diferencia de la palabra “sacerdote” que no se conoce en el Nuevo Testamento. Para designar ningún ministerio dentro de la iglesia. Aquellos primeros cristianos no tenían conciencia de pertenecer a una nueva religión: no tenían templos, ni altares, ni sacerdotes. Lo que les mueve es la fe y el seguimiento de Jesucristo.

El Apocalipsis nos da un mensaje de esperanza. Abatidos los enemigos, se instaura el nuevo reinado de Dios, la nueva humanidad en la que no hay pecado, ni se tropieza con dificultad alguna. Una nueva relación se instaura, se inaugura el nuevo noviazgo de Dios con el pueblo en el gozo y en la alegría. Esta novia o nueva Jerusalén es la morada del Señor. En el Antiguo Testamento, la nube, símbolo de la presencia divina, baja sobre la morada. Aquí el simbolismo se hace realidad: la morada es el nuevo pueblo y Dios en persona está presente en medio de él para protegerle. El Dios creador es también la meta última de todo ser creado. Las fuentes humanas de felicidad no sacian la sed; sólo la consumación, todavía oculta, podrá satisfacer el ansia humana de felicidad.
Ha sonado la “hora” de Jesús, la de su exaltación en la cruz, la de su gloria y la de la gloria del Padre. Porque es la hora del amor en el momento preciso, en el momento en que va a ser traicionado. Pero esta hora de la glorificación es también la hora de las despedidas. Jesús comprende la pena de sus discípulos y se despide emocionadamente de ellos. Les habla como un padre que va a morir, y hace testamento. El testamento de Jesús, su verdadera herencia, es el mandamiento nuevo: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”. Jesús confirmó el mandamiento del amor al prójimo, ya conocido en el Antiguo Testamento, lo amplió para que cupiera en él incluso el amor al enemigo y lo destacó entre todos los mandamientos como la plenitud y perfección de la Ley. En este contexto, Jesús entiende el mandamiento del amor como un amor entre hermanos. Quiere que sus discípulos se amen porque él los ha amado y como él los ha amado, hasta la locura, la entrega de la propia vida… El amor que Jesús nos deja en herencia ha de ser nuestro distintivo, la señal en la que debemos ser reconocidos como discípulos suyos. El bautismo y la confesión expresa de una misma fe no son una señal inequívoca. Lo que importa es la vivencia de la fraternidad. Por José María Martín OSA. Betania. Es.
P. Diego Ospina