V domingo tiempo ordinario Ciclo C 2019

Dios nos da a todos y cada uno de nosotros una vocación común: la vocación a la santidad. Esta vocación común a todas las personas debe realizarla después cada uno mediante el cumplimiento concreto de las vocaciones temporales que también nos da el Señor. Nosotros podemos aceptar la vocación y las vocaciones que nos da el Señor, pero también podemos rechazarlas. Aceptar o no aceptar esta vocación a la santidad que Dios nos da, supone colaborar o no colaborar con Dios en la edificación de nuestro yo interior, para que se parezca lo más posible al Yo de Cristo. Colaborar con Dios supone siempre reconocer nuestra imperfección radical y aceptar que sea Dios mismo el verdadero autor de nuestra santidad. Colaborar con Dios en la construcción de nuestra propia santidad supone, pues, siempre un acto de humildad y un ejercicio de oración. La humildad es siempre el primer paso hacia la santidad; sin humildad no avanzaremos nunca hacia la santidad. Pero, a la humildad debe seguir siempre la oración transformadora para que sea Él el autor de una santidad que por nosotros mismos no podríamos conseguir nunca. En la vida interior hay que bregar y trabajar, hay que sembrar y regar, pero sabiendo siempre que es Dios el que da el verdadero incremento. En las lecturas de este domingo tenemos tres modelos de personas que aceptaron la vocación a la santidad que Dios les dio, reconociendo inicialmente su incapacidad para conseguirlo. Estas tres personas -Pedro, Isaías y san Pablo- fueron llamadas por Dios a conseguir la santidad mediante la predicación de la palabra de Dios. Las tres respondieron positivamente a la llamada de Dios, a la vocación; cada una desde sus concretas y particulares circunstancias personales.

No temas, desde ahora serás pescador de hombres. Ante la grandeza de Cristo Pedro se siente profundamente débil y pecador. Él, experto pescador, no había conseguido pescar nada en toda la noche, pero cuando actúa en nombre de Cristo consigue llenar las redes de peces. El asombro ante la grandeza de Cristo le lleva a Pedro al reconocimiento humilde de su incapacidad personal. Desde este momento, Jesús le dice que en adelante será pescador de hombres. Muchas veces, a lo largo de nuestra vida, también nosotros habremos experimentado la grandeza y la santidad de Dios actuando en nosotros. Si sabemos ser humildes y colaboradores de Dios en la construcción de nuestra propia santidad, no fracasaremos, a pesar de las muchas dificultades por las que tengamos que pasar. Pedro, con todos sus defectos y con todas sus virtudes puede y debe ser un buen ejemplo para nosotros.
Sobre la humildad de san Pablo y sobre su disponibilidad para cumplir con la vocación de predicador del evangelio de Jesús, tal como el mismo Jesús le pidió, sabemos bastante. Sus cartas a las distintas comunidades cristianas que él mismo fundó son leídas casi diariamente en nuestras asambleas litúrgicas. En el libro de los Hechos de los Apóstoles también encontramos mucha información sobre la humildad de san Pablo y sobre su impresionante actividad como predicador del evangelio de Jesús. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es.
P. Diego Ospina