Domingo XXIV Tiempo Ordinario ciclo B 2018

¿Qué es Jesús de Nazaret para nosotros? ¿Qué es Jesús para mí? Es cierto que cada uno tiene hecho un retrato propio del Maestro y es cierto, también, que muchos de esos retratos no coincidirán entre sí, pero existen y conforman la vida del cristiano. Lo malo es si alguien no tiene en su corazón y en su alma –o, incluso, en su imaginación— el retrato de Jesús. Podríamos decir que, casi, es preferible tener un “mal” retrato que no tener nada. En fin, que la pregunta del maestro: “Y, vosotros, ¿quién decís que soy?” se muestra alguna vez, entre nosotros, sin respuesta, y ello ante cualquier acontecimiento nuevo. Es como si no termináramos de conocer al maestro, o como, asimismo, si las brumas algodonosas de la vida cotidiana tendieran a difuminar su imagen. Pedro tuvo más suerte. El Espíritu del Padre le iluminó y le llevó a definir con gran precisión quien era Jesús: “Tú eres el Mesías”. Pero el propio Pedro, mal conocedor de lo que, en verdad, tenía que ser el Mesías, quiso apartar a Jesús de su vocación y recibió del Maestro el peor apelativo: Satanás. Y es llamativo como la misma persona –Pedro—tiene, en un breve espacio de tiempo, un cambio tan importante a la hora de definir la persona o la misión de Jesús. ¿Nos pasa a nosotros igual? Sí, por supuesto. Porque si verdaderamente tuviéramos en nuestra alma y en nuestra memoria la definición cabal y verdadera de lo que es Jesús de Nazaret, no nos alejaríamos de Él, dando –tantas veces—prioridad a muchas cosas absurdas de este mundo.

La primera lectura, del Libro de Isaías, nos ofrece el texto del Varón de Dolores, la profecía que narra con gran exactitud, va a definir, también con toda exactitud, como iba a ser la misión del Mesías: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Así lo expresa claramente Jesús a sus discípulos, aunque ellos no lo entendieran, porque no concebían a un Mesías derrotado y humillado. Y sinceramente muchos de nosotros mismos –hoy en día—y tras transcurrir más de dos mil años, tampoco entendemos bien ese sufrimiento del Maestro, aunque lo admitamos y nos conmueva cada vez que lo evoquemos. Pero, claro, estamos donde estaba Pedro y nos seguimos preguntado: ¿hubiera sido posible la Redención de otra manera? Es probable que, como en el mismo caso de Pedro, la respuesta de Jesús a nosotros sería tan dura como la que recibió el. Y, naturalmente, motivada por lo mismo: pensamos como hombres, no como Dios. Y el intento humano de que Dios piense como nosotros es una constante permanente. De hecho, el deseo de construirnos un Dios a la medida permanece, a pesar de que Dios aprovecha cualquier circunstancia para decirnos lo contrario. El prodigioso misterio de la Cruz, que hemos celebrado el pasado jueves, sigue siendo algo difícil de explicar en nuestro caso, con pensamiento puramente humano. Pablo de Tarso, en su Carta a los Gálatas, parece tenerlo más claro y así el versículo que hemos proclamado en el canto del Aleluya supone una aceptación y conocimiento de la Cruz de enorme altura. Merece la pena repetirlo: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz del Señor en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo.” Por Ángel Gómez Escorial. Betania. Es.
P. Diego Ospina