La Sagrada Familia, la familia formada por José, María y el niño Jesús, es una familia atípica, que se sale del marco normal de lo que los judíos entendían por familia tradicional. También es distinta del modelo de familia que hoy seguimos entendiendo como familia tradicional. Pensemos, más bien, en familias como las de las que nos habla la Biblia con un solo hijo, concebido este de forma milagrosa y excepcional. Todo esto debemos tenerlo en cuenta cuando queremos presentar a la Sagrada Familia, como familia modelo y prototipo de lo que debe ser hoy una familia cristiana. La Sagrada Familia debe ser, para nosotros, no tanto un modelo de familia estructural, al que debamos imitar, sino un modelo de comportamiento individual de cada uno de los miembros de la familia, dentro de la estructura de la familia actual. José supo actuar como un padre solícito, trabajador, comprensivo y humilde; María quiso siempre poner ternura, corazón y mucho amor en las relaciones familiares y, aunque no entendiera muchas cosas de las que pasaban, ella continuaba fiándose de Dios. Jesús supo crecer en estatura, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres dentro de su familia, sin olvidar que su misión era, antes que cualquier otra cosa, cumplir la voluntad de su Padre, Dios. Cada una de las tres personas que constituían la Sagrada Familia supo actuar con responsabilidad y exquisito respeto ante el comportamiento de los demás. Es en este sentido, como creo yo que deberemos proponer hoy a la Sagrada Familia como modelo de familia cristiana. Es una familia con una estructura familiar especial y distinta a lo que entendemos que debe ser hoy una familia auténticamente cristiana, era, como he dicho al principio, una familia única e irrepetible, pero el comportamiento individual de cada una de las tres personas que componen esta Sagrada Familia sí es un comportamiento ejemplar e imitable por cada uno de los miembros de cualquier familia cristiana de hoy día. Hoy día, quizá más que nunca, hace mucha falta en las relaciones familiares saber valorar la libertad y responsabilidad de cada uno de los miembros de la familia. El amor familiar debe manifestarse siempre con el debido respeto a las peculiaridades y comportamientos de cada cual. Pertenecer a la misma familia ya no supone, como quizá supuso en otros tiempos, tener las mismas ideas religiosas, políticas y sociales. Ni, consecuentemente, los mismos comportamientos.
Los cristianos formamos, como Iglesia, una familia de Dios, cuya cabeza es Cristo Jesús. Todos nos sabemos hijos del mismo Dios y todos queremos ser hermanos del mismo Salvador Jesucristo. Somos hijos de Dios que vivimos dentro de una misma familia cristiana, por lo que todos nosotros deberemos saber comportarnos como miembros de una misma familia. Nuestras diferencias personales o grupales no deben nunca romper nuestra unión familiar que, por encima de todo, debe manifestarse en el amor mutuo, en el respeto y la comprensión entre todos nosotros. Presididos por nuestra cabeza, que es Cristo, todos debemos trabajar en la misma dirección, que no puede ser otra que la predicación del reino de Dios. Por Cristo y con Cristo debemos vivir como hermanos que buscan siempre predicar el evangelio y hacerlo realidad en nuestro mundo. Yo creo que este es un buen propósito que debemos hacer todos los cristianos, en este día de la festividad de la Sagrada Familia. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es
P. Diego Ospina