Hacen falta profetas en nuestro mundo, decimos con frecuencia. Hoy nos encontramos con dos, mejor dicho con tres, si incluimos a Pablo de Tarso. Los tres anuncian la salvación, los tres animan a tener esperanza, los tres denuncian la injusticia, los tres son perseguidos por decir la verdad y a los tres les mueve el amor de Dios. Isaías, el primer profeta de hoy, anuncia a los desterrados en Babilonia que llegará un día en que volverán a su tierra y “se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”. Juan el Bautista es el segundo profeta que nos presenta la Palabra de Dios de este tercer domingo de Adviento. Manda una embajada para hablar con Jesús y éste le confirma como profeta y más que profeta, el mayor de los nacidos de mujer.
La misión de Juan fue preparar el camino del Señor, ser el precursor del Salvador. Pablo habla de la otra venida del señor al final de los tiempos, la parusía que creía ya cercana. Insta a tener paciencia como el labrador que espera el fruto de su cosecha, o los profetas que soportaron con paciencia todos los sufrimientos. Una lección para nosotros, que tanto nos quejamos por pequeñas cosas, y un motivo de esperanza.
Entre la primera y última venida de Jesucristo hay otra venida que se produce todos los días en nuestra vida. Él está ahí y viene a tu puerta para que le abras. Es como aquel sastre, Juan era su nombre, que pedía a Dios que viniese a visitarlo, hasta que un día Dios le dijo que iría a verle. El buen hombre se levantó muy temprano para recibir la visita del Señor. Durante la mañana sólo se acercó a él un pobre niño hambriento y tiritando de frío, al que nuestro hombre regaló uno de sus mejores trajes y le proporcionó un buen caldo caliente. A mediodía apareció un borracho que no tenía donde caerse y Juan le metió en su casa, le recostó en su cama y le puso una manta encima para que no se congelase. Ya al atardecer vio cómo se pelaban dos mujeres en la calle y él salió de la sastrería y puso paz en medio de ellas. Juan se acostó defraudado, creyendo que Dios no había cumplido su promesa. Cuando ya el sueño le vencía escuchó la voz de Dios y Juan le echó en cara que le hubiera tenido todo el día esperando su venida, pero Dios le respondió que sí había ido a visitarlo, Él estaba en aquél niño muerto de hambre, en el borracho y en los dos mujeres que se peleaban. Juan le había ayudado y por eso estaba orgulloso de Él, pues supo recibirle como debe ser: con amor generoso y gratuito. Jesús viene a nuestra vida cada día. ¿Sabremos descubrirle? Por José María Martín OSA. Betania. Es.
Diego Ospina