Marcos nos muestra de nuevo a Jesús haciendo realidad la Buena Noticia. Enseñaba con autoridad, expulsaba demonios y curaba en sábado. El hombre está por encima del sábado. El amor está por encima de la ley. Hoy vemos cómo cura a un leproso. Era una desgracia en aquel tiempo contraer la enfermedad de la lepra, no sólo por el sufrimiento físico, sino sobre todo por la marginación social y religiosa a la que estaban sometidos los leprosos. Se les consideraba como personas “apestadas”, eran separados de la comunidad y del culto y tenían que vivir alejados de todos, como “excomulgados”. La lepra, decían, era consecuencia de su pecado, el castigo por su mala conducta, tenían que tocar una campanilla y gritar cuando pasaban por un camino: ¡Impuro, impuro! Quizá lo hacían para evitar el contagio, pero no cabe duda de que la actitud ante ellos era sumamente humillante y vejatoria.
Jesús ve lo que está sufriendo el leproso a causa de la enfermedad y de su discriminación social y religiosa. Se acerca al leproso y le toca con su mano. Dos actitudes, dos verbos entre los muchos que emplea Marcos en su evangelio: acercarse y tocar. Un ejemplo para nosotros y una llamada de atención: tenemos que acercarnos al necesitado, acogerle con cariño y estar dispuestos a tenderle nuestra mano. Las manos sirven a veces para golpear, para rechazar, para desplazar al otro. Jesús emplea su mano para perdonar, para acoger, para ayudar, para apoyar al que se tambalea, para guiar al que no encuentra el camino. Jesús ha unido el mandamiento del amor a Dios con el de amor al prójimo. Amar, según es “ocuparse del otro y preocuparse por el otro”. Se trata de un amor oblativo, que se entrega al otro, es decir del amor entendido como “agapé”, auto donación gratuita y generosa al hermano. Dios nos ama personalmente y apasionadamente. Lo ha demostrado en Jesús de Nazaret y lo podemos comprobar en la curación del leproso. Su amor está por encima de la justicia humana. Frente a la legislación rigurosa y discriminatoria que excluía a los leprosos, Jesús actúa con misericordia — poniendo el corazón en la miseria–. El cura y, sobre todo, pone sus ojos de amor en aquel hombre. Hemos de aprender a mirar no con nuestros ojos, sino desde los ojos y sentimientos de Jesús, que se fija en el necesitado y sale a su encuentro. Sólo pide fe, la confianza del leproso, que le dice: “Si quieres, puedes curarme”. Y Jesús….le devolvió la salud y la dignidad. Por José María Martín OSA. Betania. Es.
P. Diego Ospina