Son múltiples los textos en los que se nos dice que Cristo sí vino al mundo a traernos la paz. Por citar sólo algunos textos que sabemos de memoria todos los cristianos, podemos recordar lo que todos los días oímos en nuestras eucaristías. Después del Padrenuestro, rezamos siempre: Señor Jesucristo que dijiste a tus apóstoles <la paz os dejo, mi paz os doy> e inmediatamente después el sacerdote desea a todos los fieles que <la paz del Señor esté con todos vosotros> e invita a todos los fieles a darse mutuamente la paz. Al terminar nuestras eucaristías despedimos a los fieles diciéndoles: <Podéis ir en paz>. El mismo Cristo cuando se hace presente entre sus discípulos, después de la resurrección, siempre les saluda diciendo: <la paz esté con vosotros>. Podríamos añadir textos y textos del evangelio, de san Pablo y de los santos Padres, en los que se dice muy claramente que Cristo es nuestra paz, pero no es necesario. ¿Cómo explicar entonces este texto del evangelio según san Lucas en el que el mismo Cristo nos dice que él no ha venido al mundo a traer la paz, sino la división? La explicación más clara la tenemos en un texto del evangelio según san Juan en el que se nos dice literalmente: <os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo> (Jn 14, 27). La paz que nos da Cristo no es simple ausencia de guerras, o simple sumisión a las autoridades, es, sobre todo, lucha esforzada contra la injusticia. La justicia y la paz se besan, como se nos dice en distintos textos de la Biblia, dándonos a indicar que sin justicia social y moral no puede haber paz evangélica. Mirando a la vida de Cristo esto lo vemos muy claramente: Cristo no vivió en paz con las autoridades sociales y religiosas de su tiempo, sino en franca oposición. Por eso le mataron, porque denunció la injusticia de los injustos y criticó valiente y públicamente a los que querían hacer de su interesada y mundana justicia un arma con la que hacer callar a los que vivían explotados y marginados. La paz de Cristo, la paz del evangelio es enemiga muchas veces de la paz del mundo.
Esto es lo que le decían los príncipes al rey Sedecías. El profeta Jeremías sabía muy bien que oponerse violentamente al ejército babilónico sólo iba a traer a los habitantes de Jerusalén ruina, destrucción y la muerte de muchos inocentes. Los príncipes, en cambio, querían la guerra y le forzaron al rey a arrojar al profeta al aljibe donde no había agua, sino lodo, para que muriera y les dejara en paz. La vida del profeta Jeremías se ha comparado muchas veces con la vida de Cristo, porque Jeremías sufrió persecución, destierro y muerte, por predicar la verdad de Dios frente a la interesada verdad de las autoridades de su pueblo. Decir la verdad de Dios, del evangelio, a las autoridades civiles muchas veces lleva consigo persecución y muerte. El buen cristiano, el buen discípulo de Cristo, tiene que estar dispuesto siempre a predicar la verdad del evangelio, aunque su lucha por la justicia le lleve a la marginación y a la misma muerte. Esto es lo que hizo el profeta Jeremías y esto es lo que hizo nuestro Señor Jesucristo. Por Gabriel González del Estal, Betania. Es.
P. Diego Ospina