El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Es éste un lugar ambivalente: prueba y purificación, tentación y encuentro con Dios y con uno mismo. La estancia de Jesús en el desierto tal como la relata Marcos tuvo su lado tenebroso, Satanás y las alimañas, pero también su gloria y su luz, pues “los ángeles le servían”. En el desierto pudo Jesús vivir su iluminación particular sobre la meta y los medios para anunciar el Reinado de Dios. Jesús, triunfa y la causa de Dios se impone sobre lo meramente humano. El evangelio de Marcos propugna un cristianismo más radical, más conforme con los orígenes, se centra en la esencia del evangelio, como dice el Papa Francisco. Es un evangelio exigente: quiere acabar con las disculpas de que “es lo que siempre se ha hecho”, “lo que todos hacen”, “mañana lo haré”… Necesitamos pasar por la situación de desierto para reforzar nuestra experiencia de Dios. Jesús salió también reforzado en el desierto.
A fuerza de recitarlo tantas veces no nos enteramos muchas veces de lo que decimos, pues lo hacemos de forma mecánica. La tentación está ahí, acecha a todo ser humano. Lo malo no es ser tentado, Jesús también lo fue, lo malo es caer en la tentación. Iniciamos este tiempo de Cuaresma haciéndonos conscientes de que el mal y la tentación están cerca de nosotros. Está nuestra capacidad de elegir: de consentir o de vencer. El evangelio de Marcos en este primer domingo de Cuaresma nos presenta este lado profundo del mal. Pero también presenta a otros actores: El Espíritu, Jesús, Dios y su proyecto. Toda vida humana pasará la prueba de la tentación. La tentación es la posibilidad, siempre presente, de abrirle las puertas a fuerzas que se oponen al proyecto fraterno de Dios. El seductor es el que me aparta de mí mismo. Una gran tentación es eludir nuestras responsabilidades y así vernos libres del trabajo que comporta una vida entregada a la misión que Jesús nos encomienda. Sin embargo, en nosotros hay una llamada a dejarnos guiar por el Espíritu, a optar por Dios como compañero de camino, nunca para manipularlo y servirnos de Él.
La conversión que pide Jesús como primer tema de la predicación del Reino debería empezar por dar la vuelta a nuestro modo de vivir ya habitualmente nuestra fe. Casi todos la vivimos en un contexto que favorece las posturas acomodaticias. Nos habituamos a largas componendas, a la generosa tolerancia con lo que sabemos no cuadra muy bien. Nos protegemos con la excusa de que somos así y al cabo de tanto tiempo no hay cambio posible. Pero el evangelio quiere sacudir esa modorra, denunciando que para nada nos sirve “retomar” las viejas prácticas con nuevo estilo. No es posible un cristianismo vivido “a medias”, ni se debe encapsular lo nuevo en moldes viejos. Hay que crear moldes nuevos, odres nuevos. No se trata de prácticas, sino de nosotros mismos. Basta con reflexionar sobre la facilidad con que pedimos el cambio de los demás. Su manera de entender y vivir la fe cristiana nos parece hipócrita o superficial. Retirarse al desierto significa enfrentarse a solas con nosotros y naturalmente comenzar por la revisión crítica de nuestro modo de ser. Por José María Martín OSA. Betania. Es.