Así comenzamos la Semana Santa: gritando entusiasmados la llegada del que viene en nombre del Señor, dando vivas al Altísimo. El que grita es el pueblo sencillo, la gente pobre que espera y desea la llegada de un futuro mejor, de un reino nuevo como el que predica este profeta de Galilea. El domingo de Ramos siempre ha tenido en la tradición católica un aire de fiesta, de entusiasmo, de alegre fe y esperanza cristiana. “El que no estrena en Ramos, o es cojo o no tiene manos”, decían antaño en mi pueblo. Comienza la semana más grande del año, la Semana Santa. Gritamos porque no estamos contentos con lo que somos y lo que tenemos, y esperamos que alguien venga a sacarnos de nuestra postración y nuestra miseria. Eso le ocurría a la gente sencilla que acompañaba a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén. Veían a Jesús como a un redentor, como un liberador, …
como alguien más poderoso y más santo que los jefes políticos y religiosos que tenían. Y querían que este profeta les librara ya, anulando poderosa y milagrosamente a la gente que se le oponía. Por eso se desanimaron tan pronto, cuando vieron que este profeta era llevado, vencido y ajusticiado, por los poderosos de siempre. A muchos de nosotros puede pasarnos hoy lo mismo que pasó a la gente sencilla del tiempo de Jesús. Queremos que alguien nos arregle de un plumazo la situación de crisis por la que estamos pasando; queremos que nos arreglen las cosas hoy y ya, como por arte de magia, sin que nosotros tengamos que poner algo, o mucho, por nuestra parte. Y no es así: la redención sólo llega después de un tiempo duro de pasión. Si nos negamos a la pasión, estamos renunciando a la redención. Estoy hablando en sentido cristiano, claro.
Los que gritaban ahora eran los mismos que le aclamaron cuando entraba en Jerusalén. ¿Por qué lo hacían? El texto evangélico dice que porque los sumos sacerdotes habían soliviantado a la gente. Podríamos decir que el pueblo, las masas, eran entonces más fácilmente manejables y manipulables de lo que son ahora. Porque entonces la gente, el pueblo sencillo, no sabía ni leer, ni escribir. Pero no conviene exagerar las diferencias. Ahora, como entonces, la gente prefiere creer al que le promete un futuro mejor, más rápido, y con el menor sacrificio posible. Todos queremos que llegue cuanto antes el reino de Dios, un reino de justicia, de amor y de paz. Pero no queremos andar el camino propuesto por Cristo para llegar a él, el camino de las Bienaventuranzas. Dejamos que otros sean los pobres, los mansos, los que luchan por la justicia, los que perdonan, los que son generosos en amar a todos, preferentemente a los más necesitados. Nosotros queremos primero el éxito, el dinero, las satisfacciones materiales, el poder político y económico; para nosotros eso es lo primero y urgente; el camino de las bienaventuranzas puede esperar. Y por eso, al que nos pide humildad, fortaleza en la adversidad, lucha contra la injusticia, corazón limpio y un amor generoso y sacrificado a Dios y al prójimo le volvemos la espalda. Y dejamos que crucifiquen al Cristo que predica amor y perdón, lucha contra el mal y amor hasta la muerte. En este Domingo de Ramos hagamos el propósito de luchar siempre contra el mal y de ponernos a favor de tantas personas que, por amor a Dios y al prójimo, son capaces de exponer hasta su propia vida en defensa de los valores del evangelio de Jesús. Así lo hizo nuestro Salvador, el aclamado primero como Rey y crucificado después como reo. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es.
P. Diego Ospina