Jesucristo fue el Justo por excelencia, y tuvo que hacer frente a las tentaciones del mundo. Eso era algo que no podían entender sus discípulos: si Dios le había elegido como su Mesías, tendría que darle la fuerza, el poder y la majestad propia del Mesías, tal como lo habían anunciado desde antiguo las Escrituras. Pero lo que Jesús de Nazaret quería que entendieran sus discípulos era que él, después de la resurrección, sería un Mesías triunfante, pero que antes tenía que ser un Mesías sufriente y tendría que sufrir los tormentos de la Pasión. Todas las personas justas que ha habido sobre este planeta tierra han tenido que sufrir en esta vida su propia pasión, antes de entrar, a través de la resurrección, en la gloria del cielo. Esto es lo que quería Jesús que entendieran sus discípulos y esto es lo que tenemos que entender y aceptar todos los que queremos ser discípulos de Cristo. El mundo, el demonio y la carne, nos tientan día y noche, y día y noche tenemos que luchar contra las tentaciones, si queremos mantenernos en la justicia y en la santidad a la que Dios nos llama. Las tentaciones de la vanidad, de las ansias de poder, de goces materiales, del egoísmo en general, las tenemos todos en mayor o menor medida a la largo de la vida. Si queremos vivir como personas justas, luchemos todos los días con firmeza contra las tentaciones del mundo.
Jesús pone a un niño en medio de ellos como signo y representante de las personas débiles, que no pueden defenderse por sí mismas. Acoger al niño en nombre de Jesús es acoger a cualquier persona débil y que esté necesitada de nuestra ayuda. También debemos considerar que el niño necesita imperiosamente de sus padres, lo mismo que todos nosotros necesitamos imperiosamente de Dios, nuestro Padre. Acoger a las personas necesitadas y sentirnos nosotros necesitados ante Dios, son dos actitudes esencialmente cristianas. Porque estas dos actitudes fueron las que tuvo Cristo ante los demás y ante su Padre, Dios.
Criticar por criticar no es cristiano, pero corregir con nuestra buena conducta la mala conducta de los demás es una virtud cristiana. El observar la conducta buena de los otros, puede y debe animarnos a nosotros a hacer bien las cosas. La palabra mueve, el ejemplo arrastra. Y si vemos que nos critican por ser buenos, no nos desanimemos, ni cesemos de hacer el bien, que, al menos, haremos hacer reflexionar al que hace el mal. Y cuando no podamos confiar en los hombres, confiemos en Dios, que es el mejor pagador. Haciéndolo todo con amor y mansedumbre, con respeto y misericordia.
Estas palabras del apóstol Santiago pueden y deben ser un buen test para analizar y examinar la verdad o falsedad de nuestros sentimientos religiosos, cuando analizamos y juzgamos nuestra propia religión y la religión de los demás. Una religión que produce odios, guerras y discordias no puede venir de arriba, sino de nuestras propias pasiones y ambiciones. Los demás podrán odiarnos por practicar nuestra propia religión, pero nosotros no odiaremos a nadie, si queremos actuar como personas religiosas. Cristo nos manda amar a todos, hasta a nuestros propios enemigos. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es.
P. Diego Ospina