Domingo XXXIII tiempo ordinario ciclo C 2019

Cuando Lucas escribe su texto evangélico, después del año 70, las primeras comunidades cristianas estaban totalmente desconcertadas y oprimidas. Se retrasaba la segunda venida, la parusía, y a ellos les perseguían, les entregaban a las sinagogas y a la cárcel, les hacían comparecer ante reyes y emperadores, y todo porque estaban siendo fieles a la predicación del evangelio de Jesús. El evangelista Lucas quiere animar a estos cristianos desanimados y les pide que se mantengan firmes en la fe, porque todas esas desgracias tenían que venir primero, pero el final no vendrá enseguida. Si perseveran salvarán sus almas. Y claro que la mayor parte de ellos perseveraron y hoy les veneramos como santos y como mártires. Desde entonces hasta ahora se ha repetido bastantes veces la creencia en que el final de los tiempos ya estaba llegando, pero Dios, por lo que hemos visto, no parece tener prisa. Lo importante para cada uno de nosotros no es saber cuándo llegará el momento final, sino vivir cada momento con fidelidad al evangelio, con paciencia y con perseverancia, como si fuera el momento final. Cuando estemos demasiado asustados por la dureza y crueldad de los tiempos en los que nos toca vivir, recordemos las palabras tranquilizadoras de santa Teresa: “nada te turbe, nada te espante, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, sólo Dios basta”. Aprendamos a vivir siempre con paz interior, con confianza en la palabra del Señor, dejando a Dios ser Dios, y actuando nosotros con fuerza y perseverancia cristiana, como si fuera el momento último de nuestra vida, a pesar de todas las desgracias que puedan ocurrirnos, a nosotros y a nuestra sociedad en general.

El profeta Malaquías, en este su pequeño librito, no se anda con rodeos: los perversos serán aniquilados y no quedará de ellos “ni rama ni raíz”; a los buenos, en cambio, “los iluminará para siempre un sol de justicia”. La verdad es que en todas las religiones y culturas de la humanidad se ha creído siempre, aunque de distintas maneras y con distintos matices, que Dios premiará a los justos, mientras que los malos serán castigados. Parece un sentimiento espontáneo el pensar que no puede ser igual hacer el bien que hacer el mal y que algún premio o castigo debe haber por lo uno o por lo otro. Nosotros, los cristianos, tenemos el ejemplo de Jesucristo que sufrió y padeció en esta vida, haciendo siempre el bien, y resucitó glorioso y triunfante para siempre después de la muerte. Intentemos nosotros, por tanto, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, hacer el bien mientras estemos en este mundo, aunque por hacer el bien tengamos que padecer y, si llega el caso, hasta morir, con la esperanza cierta de que al final de nuestras vidas en este mundo, Dios nos resucitará para la vida eterna.
Algunos cristianos de Tesalónica pensaban que la segunda venida, la parusía, vendría de un momento a otro y, por tanto, no merecía la pena trabajar ya. San Pablo, que sabe que los cristianos que piensan esto se basan en frases de su carta anterior, les escribe de nuevo para dejar las cosas claras: que imiten su ejemplo y que, como él, trabajen día y noche para ganarse su propio pan y no ser carga para nadie. No sólo trabajemos para ganarnos nosotros nuestro propio pan, sino que, si podemos ayudar con nuestro trabajo a los que no pueden por sí mismos ganarse el pan que necesitan, nosotros les ayudemos, trabajando con generosidad y viviendo con sobriedad. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es
P. Diego Ospina