Domingo XXIX tiempo ordinario ciclo C 2019

Estar todo el día en oración con Dios es estar todo el día en diálogo permanente con Dios. No tanto, no sólo, con el pensamiento, sino con nuestras actitudes, nuestras palabras y nuestras obras. Para expresar nuestra amistad a un amigo no es necesario que nos pasemos todo el día diciéndole al amigo que somos amigos suyos, sino demostrándoselo con nuestro comportamiento. Pues lo mismo con Dios: no es necesario que nos pasemos todo el día pidiéndole a Dios que nos ayude, es suficiente con que vivamos todo el día viviendo como hijos de Dios, como sus siervos, como sus amigos, reconociéndole Señor de nuestras vidas. Y lo que tenemos que pedirle a Dios todos los días es que yo haga su voluntad, no que él haga la mía. Si Dios es nuestro amigo y nuestro señor, es seguro que él quiere siempre lo mejor para nosotros; nosotros lo que tenemos que hacer es querer también que esa voluntad de Dios se cumpla en nosotros. Debemos quererlo con confianza y con amor, aunque muchas veces nos cueste entender que la voluntad de Dios es lo mejor para nosotros. Si vivimos todos los días como auténticos hijos de Dios, como sus amigos, debemos confiar en él, más que en nosotros mismos. Ya sé que esto, en determinados momentos adversos, no es algo fácil, pero es necesario, dentro de una auténtica teología del amor de Dios. Sí, como la viuda del evangelio, como el mismo Cristo en el Huerto de los Olivos, tenemos derecho a gritar a Dios que nos ayude, pero no olvidemos nunca de terminar nuestra oración diciendo: <hágase tu voluntad y no la mía>.

Evidentemente, se trata de un texto en el que el concepto de la relación del Dios de Israel con su pueblo es un concepto que hoy no nos sirve para nosotros. El Dios de Jesús es un Dios universal y liberador, no un Dios justiciero que mata a espada a los enemigos del pueblo de Israel. El mensaje de este texto del Éxodo para nosotros, los cristianos, es que debemos confiar en el Dios de Jesucristo, en nuestro Dios Padre misericordioso, y que mientras nosotros vivamos llenos del espíritu de Dios, del espíritu de Cristo, venceremos todas las dificultades y todas las tentaciones. Si Dios está con nosotros, nadie nos podrá vencer, ni la enfermedad, ni la muerte, porque el que vive en Cristo, muere y resucita con Cristo. Vivamos llenos del espíritu de Cristo y venceremos; si nos fiamos de nuestras propias fuerzas y no vivimos unidos a Cristo, seremos fácilmente vencidos por nuestros enemigos.
Debemos hacer de la Escritura, principalmente de los Evangelios y del Nuevo Testamento, nuestro libro de cabecera. No sólo debemos conocer la letra del evangelio de Jesús, sino, sobre todo, impregnarnos de su espíritu, tratar de vivir según el espíritu de Jesús. Todos los cristianos debemos ser modelos de virtud y de obras buenas para los demás. Hoy día, más que corregir y reprender a los demás con palabras, debemos hacerlo con nuestras obras. Ser humildes, mansos, generosos, estando siempre dispuestos a ayudar a los demás y predicando siempre el evangelio del Reino, evangelio de santidad y de gracia, de vida, de justicia, de amor y de fe. Siendo, en definitiva, buenos cristianos, buenos discípulos de Cristo Jesús. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es.
P. Diego Ospina