Domingo XXIV tiempo ordinario ciclo C 2019

Jesús les dijo estas parábolas. Para entender bien el mensaje de las tres parábolas de la misericordia de Dios hacia las personas más necesitadas de atención y cogida es conveniente que nos fijemos en el por qué dice Jesús estas parábolas y a quiénes van dirigidas. Los publicanos y pecadores escuchaban a Jesús y Jesús se encontraba a gusto entre ellos, les hablaba del reino de Dios y les animaba a la conversión. Los fariseos y escribas consideraban a los publicanos y pecadores como enemigos y contrarios a la ley judía y, en consecuencia, como enemigos del reino de Dios. Lo que ahora les dice Jesús a los fariseos y escribas es que Dios, su Padre, no actúa así con los pecadores, sino que, al contrario, los busca constantemente y se alegra muchísimo al encontrarlos. Yo, les dice Jesús, actúo como actúa mi Padre, busco a los publicanos y pecadores y me alegro muchísimo cuando ellos me buscan a mí, se convierten, y se hacen acreedores del reino de Dios. Este proceder tiene una única causa: el amor del Padre hacia todas las personas, con especial atención hacia las personas más alejadas y perdidas. Dios ama a las cien ovejas, y a las diez monedas, y a los dos hijos; por eso, se entristece tanto cuando pierde una, y se alegra tanto cuando la encuentra. Yo actúo como mi Padre: amo a las cien ovejas y a las diez monedas y a los dos hijos que tengo, por eso, me entristezco tanto cuando alguna se me pierde y me alegro tanto cuando encuentro a la oveja perdida y a la moneda perdida y al hijo perdido. Jesús también ahora a nosotros nos dice: hay que tener mucho amor. Porque al que ama mucho, mucho se le perdona, y al que mucho se le perdona, ama mucho. El amor es lo que marca la diferencia.

Moisés conoce el corazón de Dios, un Dios cuyo corazón es puro amor, y se atreve a interceder por el pueblo que Dios mismo ha puesto bajo su dirección. El resultado de la intercesión de Moisés ya lo conocemos: Dios se arrepiente de su amenaza y perdona, una vez más, a su pueblo. También en este caso, como en las parábolas de la misericordia, vemos que el amor tiene siempre para Dios la última palabra. Fijémonos también, en este caso, en el poder de la intercesión. Moisés intercede por amor y Dios, que lo sabe, perdona también por amor. Apliquémonos ahora nosotros esta enseñanza: perdonemos siempre con amor y por amor, e intercedamos ante Dios para que nos perdone a todos, aunque seamos pecadores y hayamos adorado en más de una ocasión al becerro de oro, al dinero.
No nos acobardemos, pues, nosotros ante Dios por nuestra condición de pecadores. Como le dice san Pablo, en su carta a Timoteo, Dios envió a su hijo al mundo para salvarlo. Fiémonos también nosotros de Cristo, acojámonos a su amor y a su misericordia, porque sabemos que el corazón de Cristo, como el corazón de su Padre, Dios, es un corazón misericordioso y lleno de amor. Y con amor y por amor intercedamos también hoy nosotros por todos los pecadores, por el pecado del mundo. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es.
P. Diego Ospina