Domingo de la Santísima Trinidad ciclo C 2019

Voy a referirme a la hermosura de los textos que de este domingo, en el que celebramos la primera solemnidad del Tiempo Ordinario: la Santísima Trinidad. En el fragmento del Libro de los Proverbios, la Sabiduría de Dios habla en primera persona y señala su origen. La mayor hermosura coincide en las últimas palabras: “…yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres.” Luego el salmista se va a preguntar: “¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?, lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad”. El final del texto de San Pablo -Epístola a los Romanos— se dice: “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.” Finalmente, el Evangelio de San Juan afirma: “El Espíritu de la Verdad os guiará hasta la verdad plena”.

Hay más, por supuesto, porque el texto de San Juan sitúa en las palabras de Cristo esa realidad profunda que es la Trinidad Santísima. Pero aquí queremos llamar la atención sobre esos retazos de altura –dan vértigo— que los textos sagrados nos muestran. La sabiduría de Dios está cerca de Él y juega con la tierra y los hombres. Los hombres, si queremos, podemos estar cerca de la sabiduría divina, tal vez no podremos comprenderla en plenitud, pero sí sentirla y algo más que intuirla. El amor de Dios está en nuestro interior porque ahí ha sido puesto por “el Espíritu Santo que se nos ha dado” y ese mismo Espíritu nos guiará hasta la verdad plena.
¿No es todo esto lo máximo que podemos aspirar? Creo que sí. Y, sin embargo, no somos capaces de mantener esa proximidad por culpa de nuestros abandonos, de la lejanía de Dios que imponemos a nuestras almas por faltas y pecados. Pero a poco que nos esforcemos toda esa huella clara de la Divinidad Cercana estará a nuestro lado. Tal vez, nos hace falta un poco de paz, de sosiego, de serenidad, de humildad para aislarnos del ruido de nuestro mundo loco y así aprehender lo que nos Dios nos manda. No se trata de salirnos del mundo. Debemos sentir a Dios en nuestro interior y luego salir al mundo –y a grandes voces— contárselo a quienes no le encuentran, o no le sienten. Por Ángel Gómez Escorial. Betania. Es.
P. Diego Ospina