V domingo de Cuaresma ciclo C 2019

1. – No se puede obviar la capacidad descriptiva de San Juan en el fragmento de este Evangelio de hoy. Jesús escribe en el suelo con el dedo. Enfrente, un grupo vociferante arrastra a una mujer hasta Él para acusarla de adulterio. Jesús los ignora. Sigue trazando signos en la tierra. Continúa escribiendo ante el estupor de los que gritan. No se esperaban esa aparente pasividad. Está claro que no buscan ninguna clase de justicia y menos alguna suerte de perdón para la mujer que traen. Sólo pretenden atrapar al Señor al algún juicio no adecuado a la Ley oficial. Podían prever que la misericordia de Jesús buscaría argumentos exculpatorios divergentes con la mencionada Ley. Pero Jesús expresa lo único que se puede decir un grupo de hombres cuando intentar culpar o ejecutar a uno de sus prójimos. “El que esté sin pecado que le tire la primera piedra…” ¿Quién de nosotros puede juzgar como pecador a sus semejantes? Pues, nadie, porque todos somos pecadores. Y pobre de aquel que no repare en su condición de pecador. Jesús, a su vez, no minimiza, ni por un momento, el pecado, porque le dirá a la mujer: “Tampoco yo te condeno. Y en adelante, no peques más”. Jesús no tiene pecado, pero tampoco condena. Y le pide que no vuelva a pecar.

2. – Es muy hermosa la escena y es muy notable la posición general de Jesús. Desde su pretendido ensimismamiento hasta el desenlace final que purifica los pecados de la mujer. Hemos expuesto en nuestra Carta del Editor de primera página unas consideraciones sobre pecados y decretos que pueden ser útiles para la formación de nuestra “conciencia civil” como ciudadanos. Y también como elemento de reflexión para estos días de cuaresma. No obstante tiene más interés –mucho más interés espiritual– este Jesús que escribe en la arena y sabe que la maldad es muy superior en los que desean equivocarle que dentro de una mujer que traen como pecadora.
3. – El tiempo de cuaresma –ya estamos casi al final—debe producir reflexión sobre nuestras faltas y ausencias de amor. Hace unos días oíamos a un santo sacerdote decir que la conversión era un camino para acrecentar nuestro amor hacia Dios y hacia el prójimo. El amor cada vez más grande nos alejará de esos planteamientos erróneos y desordenados que producen nuestras faltas. Y es que el camino final de esta cuaresma –la Pasión de Jesús—es una impresionante Sinfonía de Amor que nos traerá un Jueves el testamento de la Eucaristía, un Viernes la muerte por todos en terrible soledad telúrica y cósmica, un Domingo, antes de amanecer, con el Triunfo definitivo de la Vida y del Amor. Y, sinceramente, nada de esto son eufemismos. Son realidades palpables. Nuestra conversión estará en amar más, y mejor a Dios, y a nuestros prójimos. Por Ángel Gómez Escorial. Betania. Es.
P. Diego Ospina