II domingo de cuaresma ciclo C 2019

El segundo domingo de Cuaresma nos presenta la Transfiguración del Señor. Superada la prueba del desierto, Jesús asciende a lo alto de una montaña para orar. Es éste un lugar donde se produce el encuentro con la divinidad: “su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos”. El rostro iluminado refleja la presencia de Dios. Algunos rostros dan a veces signos de esta iluminación, son como un reflejo de Dios. Son personas llenas de espiritualidad, que llevan a Dios dentro de sí y lo reflejan a los demás. Jesús no subió al monte solo. Le acompañan Pedro, Juan y Santiago, los mismos que están con él en el momento de la agonía en Getsemaní. Sólo aceptando la humillación de la cruz se puede llegar a la glorificación. En las dos ocasiones los apóstoles estaban “cargados de sueño”. Este sueño simboliza nuestra pobre condición humana aferrada a las cosas terrenas, e incapaz de ver nuestra condición gloriosa. Estamos ciegos ante la grandeza y la bondad de Dios, no nos damos cuenta de la inmensidad de su amor. Tenemos que despertar para poder ver la gloria de Dios, que es “nuestra luz y nuestra salvación” (Salmo Responsorial). 

Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías, representantes de la Ley y los Profetas. Jesús está en continuidad con ellos, pero superándolos, dándoles la plenitud que ellos mismos desconocen, pues Él es el Hijo, el escogido. ¿Cuál debe ser nuestra actitud ante esta manifestación de la divinidad de Jesús? La voz que sale de la nube nos lo dice: ¡Escuchadlo! Abram escuchó la voz de Dios y creyó en su promesa: una descendencia como las estrellas del cielo y una tierra como posesión suya. Abrahán escuchó y aceptó la alianza con Dios. Era una costumbre sellar la alianza pasando entre las carnes sangrientas de los animales cortados en dos. Dios toma la iniciativa, pues sólo El, con el signo del fuego, pasa por entre las dos partes de los animales. Pero Abram escucha y acepta el plan de Dios. Desde ese momento transforma su nombre. Ya no será Abram, sino Abraham -padre de muchedumbres-.
La gran tentación es quedarse quieto, porque en la montaña “se está muy bien”. Hay que bajar al llano, a la vida diaria, de lo contrario la experiencia de Dios no es auténtica. No podemos refugiarnos en un mero espiritualismo que se desentiende de la vida concreta. Somos ciudadanos del cielo, pero ahora vivimos en la tierra y es aquí donde debemos demostrar que Dios transforma nuestro cuerpo humilde y nos hace vivir como hombres nuevos y transformados. Por José María Martín OSA. Betania. Es.
P. Diego Ospina