IV Domingo tiempo ordinario ciclo C 2019

Nuestro encuentro con Cristo, desde el día de nuestro Bautismo, fue un golpe de gracia y de vida pero, cuando pasa el tiempo, vamos cayendo en la cuenta de lo que supone comprometerse con El. O de lo que nos espera, si somos capaces y estamos interesados, claro está, de acoplar hasta las últimas consecuencias, su estilo de vida con la nuestra. Porque, nos puede ocurrir lo mismo que a aquellos que, en la sinagoga, quedaron encantados por las palabras de Jesús pero, a continuación, comenzaron a pensárselo dos veces: ¿no es este Jesús el hijo del carpintero? ¿Y esos milagros? También, esta reacción y actitud, la solemos emplear muchísimas veces en personas de nuestro entorno cuando nos cuesta admitir el bien que nos hacen o, simplemente, el que llevan la razón.

El domingo pasado nos quedábamos con la sensación del éxito de Jesús: ¡todos los ojos puestos en El! Hoy, por el contrario, todas las manos parecen estar sobre El para empujarlo y despeñarlo por una ladera. La vida, en todos los estados y en variadas situaciones, nos trae a la memoria esta cruda realidad: tan pronto te aplauden como te critican. Pero, aquella persona que es o quiera ser profeta, ha de saber (hemos de saber) que no hemos venido al mundo para ser elogiados, ni tampoco con el ánimo de ser impopulares, sino para sentirnos tan en las manos de Dios que, cumplir su voluntad, es la ocupación y la preocupación de todo apostolado. Lo demás queda en segundo plano. Agarrarse a Dios, y estar menos pendiente de la imagen, da fuerza al apostolado. Lo contrario lo debilita.
¿Lo vemos así? ¿No preferimos que la sociedad, el mundo, los que nos rodean pongan los ojos en nosotros y en nadie más? La Iglesia, aunque nos duela, cuando es empujada por la ladera desde diversos medios de comunicación, filosofías imperantes o ideologías sectarias, está más cerca y a la altura de Jesús Maestro. Si, El, fue denostado, despreciado entre los suyos y no reconocido ¿Por qué con la iglesia habría de ser distinto? ¿Qué espera nuestra sociedad de la Iglesia? ¿Qué le diga que “sí” a todo? ¿Qué piense y actúe como el mundo y no como Dios? ¿Que renuncie a lo que es vital en ella y traicione al espíritu de su fundador para subir puntos en el barómetro de su consideración? Me quedo con una sentencia leída estos días atrás: “un cristianismo light y en acorde perfecto con las ideas dominantes de nuestro tiempo, es un cristianismo al que le quedan cuatro días”.
El Señor va por delante. Que seamos capaces de abrirnos paso en medio de una turba que, más que airada, está despistada y sin control. Se cumple una vez más. Sólo desprecian a uno en su propia casa. ¿Será que Jesús tenía entre nosotros muchas casas pero pocos corazones dispuestos a dar batalla por El?. Por Javier Leoz. Betania. Es.
P. Diego Ospina