Domingo I de Adviento ciclo C 2018

Comienza el Adviento con el anuncio profético del Mesías. La primera lectura anuncia la llegada de un salvador para el pueblo. Será un vástago de David. El tronco de Jesé no puede secarse. Establecerá en la tierra la justicia y el derecho. Se ve que en tiempos de Jeremías tampoco prosperaban la justicia y el derecho. El vástago de David hará justicia, él mismo será justicia, la de Dios, y a su paso todo lo dejará justificado. Y uno pregunta: ¿Qué hay de esta profecía? ¿Se puede saber si la justicia y el derecho han florecido alguna vez en la tierra? ¿En qué tiempo? ¿En qué ciudad? ¿Es que aún no ha venido el Mesías? Estos versos se escriben en el siglo VI a.C., hace más de 2.500 años. ¿Es que Dios no cumple su promesa? Busca en la fe tu respuesta. El Mesías-Dios-justicia no sólo vino, sino que se quedó con nosotros. Pero su presencia es dinámica y con tensión escatológica. Vino, pero aún tiene que venir. Está, pero no del todo. Actúa, pero se vale de nosotros. No reparte frutos, sino semillas. Crece a la manera del fermento, pero deja crecer también a la cizaña. Por todo ello conviene celebrar el Adviento.
No se conforma con medianías. Que el vaso esté lleno hasta el borde, hasta “rebosar”. Como él, que era que estaba lleno hasta rebosar de la gracia de Cristo. La plenitud que pide el apóstol es la del amor. El amor no debe tener medida, porque nunca se ama con medio corazón. Hay que amar con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas. Hay que amar a los de casa, pero también a los de fuera, incluidos los refugiados. El amor es la vida, que no se puede vivir nunca a medias. ¡Quién pudiera decir de sí mismo que rebosa de amor! Aunque tampoco es ésta la mejor manera de amar, porque el amor no es algo que se tiene, sino algo que se vive, algo que se es.
Estad atentos. Los hechos expuestos en el evangelio son al mismo tiempo catastróficos y esperanzadores: conmoción cósmica, angustia humana, pero también presencia majestuosa del Hijo del Hombre. No se habla de desaparición sino de cataclismos. Se pinta una situación caótica de la que cabe esperar lo peor. La misma que se dibuja tras los atentados de la semana pasada. Sin embargo, lo que aparece sobre todo es una figura majestuosa. Habitualmente se interpretan estos hechos como fin del mundo en el sentido más literal del término. Lo mismo piensan muchas personas al contemplar lo que está ocurriendo hoy en muchos lugares del planeta. Creo que tal interpretación no hace justicia a un texto en el que lo verdaderamente importante es la presencia del Hijo del Hombre cuando toda esperanza humana parece haber desaparecido. En la Biblia hay muchas páginas e que no tratan del hombre, de sus esperanzas y desesperanzas. Esta es una de ellas. Frente a la desesperanza, la presencia gloriosa del Hijo del Hombre que devuelve lo que parecía imposible: la ilusión, la certeza de nuestros mejores sueños, es decir, de los sueños utópicos. Alzad la mirada. Estad atentos. No os encerréis y empobrezcáis en las cuatro paredes de una vida sin horizontes. Despertad, vigilad para ver los signos de los tiempos. Es la primera actitud que tenemos que tener en este adviento. Por José María Martín OSA. Betania. Es.
P. Diego Ospina