Domingo XXXI del Tiempo Ordinario ciclo B 2018

El Vaticano II nos recordó que todos estamos llamados a la santidad. La Iglesia, sin embargo es santa y pecadora a la vez. Santa por su fundador, Jesucristo, y por ser instrumento universal de salvación. Muchas veces los árboles no dejan ver el bosque. Se critica a la Iglesia-institución, sin apreciar los raudales de santidad que han derrochado muchos de sus miembros a lo largo de la historia. Personas que han dedicado todas sus energías al evangelio, héroes anónimos que se desvivieron por los más necesitados, misioneros que dejaron su patria y familia para ayudar a gentes de tierras lejanas. Pero los santos no son de otras épocas, hoy sigue habiendo santos. No hace falta que realicen milagros, la madre Teresa de Calcuta no necesita hechos extraordinarios para ser proclamada santa, el principal milagro es su propia vida. El pueblo de Dios testifica la santidad de muchas personas, con eso basta.

Hoy recordamos a todas aquellas personas que gozan de la compañía de Dios en el cielo. Santos no son sólo los que están en los altares con figura hierática o “vestidos de blanco”. Dice el Apocalipsis que es “una muchedumbre inmensa” que nadie podría contar. Hoy no es un día de tristeza, aunque muchos acudan a los cementerios a recordar a sus seres queridos y añoren su presencia entre nosotros. Hoy es un día de alegría porque muchos hermanos nuestros han llegado a la meta del encuentro con el Padre. Y son personas normales, que se santificaron en el día a día, son padres y madres de familia que, a pesar de las dificultades, confiaron siempre en el Señor y transmitieron a sus hijos el don de la fe ¿por qué solo se canoniza a los obispos, papas, curas o monjas?, ¿es que es menos santo el que realizó su tarea de padre o madre con un dedicación ejemplar? Hoy es un día para dar gracias a Dios por tantas personas buenas que nos han precedido en la fe.
¿Cómo santificarnos? A veces da la sensación de que tenemos que hacer lo que hizo éste o aquél santo para llegar al cielo. Por cierto, lo que hicieron algunos -como el Estilita que se pasó la vida subido en una columna- es desaconsejable para la salud y ante los ojos de hoy antievangélico. Tampoco podemos ponernos un listón que todos tenemos que saltar para llegar a ser santos. Cada cual se santifica a su modo, con sus cualidades, con los dones que le ha dado el Señor. Es santo aquél que vive según el espíritu de las bienaventuranzas. Como todo ideal es imposible de cumplir -entonces dejaría de ser ideal- pero la cuestión está en vivir según ese estilo e intentar ser manso, pacífico, misericordioso, pobre de espíritu, sufrido, luchador en favor de la justicia, limpio de corazón. Esta manera de vivir contrasta con lo que dice el mundo, pero es la única manera de seguir a Jesús. Es su principal mensaje, lo que distingue a un cristiano, pues de los que viven a así “es el Reino de los cielos” Por José María Martín OSA. Betania. Es.
P. Diego Ospina