Domingo XXX del Tiempo Ordinario ciclo B 2018

El libro de la Consolación del profeta Jeremías es un canto a la esperanza. El pueblo en el exilio recibe el anuncio de que se acerca su liberación: una gran multitud retorna: cojos, ciegos, preñadas y paridas…. El Señor es fiel a su pueblo, es un padre para Israel. ¡Qué anuncio más gozoso, qué gran noticia! La alegría del pueblo será inmensa. Por eso, cuando se hace realidad la promesa del regreso a casa entona el salmo 125 “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”. ¡Cómo no estarlo si sabemos que Dios camina a nuestro lado pase lo que pase! Brota espontáneamente la alabanza en el “resto de Israel”. También en nosotros, que hemos recibido la gracia de la fe y de saber que Dios nos ama y es misericordioso.

El pueblo de la Nueva Alianza experimenta también que Dios salva. El ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, simboliza la nueva humanidad, es el prototipo de cada uno de nosotros. El maravilloso relato de cómo se acerca a Jesús está cargado de simbolismo. Él es un necesitado que pide compasión, pero no una compasión lastimera, sino pide solidaridad en su sufrimiento y liberación de la carga que sufre. Es una llamada de atención ante la falsa resignación dolorosa, que no permite al que sufre salir de su postración. Bartimeo sí quiere salir de allí y por eso grita más y más. Hace todo lo que está de su mano para sobreponerse a su debilidad. Hasta se atreve a llamar a Jesús con un título mesiánico, “Hijo de David”, porque está seguro de que Él es el Mesías, el único que puede salvarle. Sabe que se la juega, porque se van a meter con él por su osadía, pero tiene fe, mucha fe. Por eso soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. No se queda toda la vida pidiendo limosna, lucha por salir de su postración. Es lo que tenemos que hacer nosotros también: luchar por para superar nuestras dificultades y dar el salto hacia Jesús
Jesús le pregunta, curiosamente, lo mismo que les preguntó en el evangelio del domingo pasado a los hijos de Zebedeo: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Pero la actitud del ciego es mucho más auténtica que la de Santiago y Juan. Simplemente quiere curarse, quiere ver. Y Jesús le cura porque tiene mucha fe: “Anda, tu fe te ha curado”. El ciego ha puesto de su parte, no se ha resignado a quedarse allí quieto, “dio un salto y se acercó a Jesús”. Es lo mismo que pide de nosotros, que demos el salto, que salgamos de nuestra apatía y vayamos a su encuentro. Lo más grande que nos puede pasar es encontrarnos con Jesús. Es un encuentro mutuo: nosotros le buscamos y Él se hace el encontradizo. Ante tanto desaliento como hay muchas veces en el ambiente, ante tanta desesperación, ante tanto estar “de vuelta”, ante lo imposible, Jesús convierte en realidad nuestros anhelos. Es posible realizar nuestros deseos y proyectos de un mundo más justo y humano si colaboramos con Jesús. No nos cansemos de pedir como Bartimeo que nos ayude a ver, porque sin El no podemos hacer nada. Ese ver es recuperar el optimismo, la esperanza, las ganas de vivir y de trabajar por el Reino. Recuperemos la esperanza. Por José María Martín OSA. Betania. Es.
P. Diego Ospina