Domingo XXIX Tiempo Ordinario ciclo B 2018

El texto de Isaías afirma que los sufrimientos del Siervo de Yahvé obedecen a los designios de la divina misericordia. El Siervo entrega su vida como un sacrificio de expiación, padece en lugar de otros y en favor de otros. Gracias a los padecimientos del Siervo del Señor se cumplen los planes del Señor y “muchos” alcanzan justicia y salvación por la muerte de “uno”. Dios restituye la fama a su Siervo y lo devuelve a la vida, que se prolongará en la tierra con una larga descendencia. Jesús que vino al mundo a servir y a dar su vida por todos los hombres, como dice el evangelio de hoy, se identifica con la misteriosa figura del Siervo de Yahvé.

En la Carta a los Hebreos después de haber anunciado que hemos sido salvados por la mediación sacerdotal de Jesucristo el autor pasa a exhortarnos a permanecer en la “confesión de la fe”. Jesús es el Hijo de Dios, el único Hijo, y, por otra parte, uno de nosotros y solidario con todos los hombres. Es Mediador y nuestro y sumo sacerdote. Su sacerdocio es “grande” y superior al de los sacerdotes del Antiguo Testamento. Jesús es el verdadero pontífice que tiende el puente entre las dos orillas, entre Dios y los hombres. En él y por él hemos sido reconciliados con Dios. Pero esta grandeza y esta dignidad suprema de Jesús, como hijo de Dios y verdadero sumo sacerdote, no le impide conocer a los hombres. Pues Jesús, que es también un hombre, quiso hacerse solidario de todos nosotros y padecer nuestras propias debilidades. Aunque es verdad que no tuvo pecado, fue probado o tentado lo mismo que nosotros. Si en el Antiguo Testamento los hombres se acercaban a Dios con temor y temblor, en la Nueva Alianza inaugurada por la sangre de Cristo podemos acudir a Dios confiadamente. Pues tenemos un sumo sacerdote que nos comprende y se ha hecho solidario con nosotros, pero, que ha llegado también, de una vez por todas, a presencia de Dios para interceder por nosotros.
Cuando Jesús llamó a los apóstoles, estos no sabían muy bien las condiciones de su seguimiento. Decidieron estar con El movidos todavía por motivos humanos, de búsqueda de prestigio y poder. Veían en Jesús un hombre especial que podía sacarles de la miseria en que vivían. Por eso Santiago y Juan formulan su petición a Jesús desde los modelos habituales del poder. Quieren destacar, estar por encima de los demás. Jesús no les echa en cara propiamente su ambición, sino su ignorancia, pues no comprenden que el único camino que lleva a la gloria pasa por la cruz. “Beber el cáliz” es aceptar la voluntad de Dios, empaparse de la voluntad de Dios, aunque ésta sea un “mal trago” para los hombres; “ser bautizado” es tanto como sumergirse en la amargura de la muerte. Con estas palabras alude Jesús al martirio que le espera en Jerusalén y pregunta a los dos hermanos si van a ser capaces de seguirle hasta ese extremo. La aspiración de sus discípulos no ha de ser el poder sobre los demás, sino el servicio a los demás. A la “voluntad de poder” Jesús opone la “voluntad de servicio”. Cuando la iglesia se aparta de una estructura fraternal y, adaptándose a las formas de este mundo, se convierte en un instrumento de poder con rangos y escalafones. Se aparta de la voluntad de Jesús, pues Él no ha venido al mundo para vivir como un señor, sino para morir como un esclavo. Debemos ser servidores como lo fue Jesús. Por José María Martín OSA. Betania. Es.
P. Diego Ospina