Domingo XXVIII Tiempo Ordinario Ciclo B 2018

Este dicho de Jesús es tan válido hoy para nosotros, como lo era para los discípulos y paisanos del Maestro de Galilea. Porque, en nuestra sociedad actual, el dinero es el medio para conseguir casi todo lo que tenemos y queremos tener: el bienestar de los hijos, la casa, el coche, la ropa que vestimos, los viajes que hacemos, los pequeños o grandes placeres que nos damos… No son sólo los ricos los que aman el dinero, igualmente los pobres. Los ricos, porque no quieren perder lo que tienen, los pobres porque quieren conseguir lo que no tienen. La reacción de los discípulos de Jesús ante las palabras del Maestro es muy significativa. Reaccionan espantados: entonces, ¿quién puede salvarse? ¿Es que todos los discípulos de Jesús eran ricos? Sabemos que no. Ellos no eran ricos, pero reconocían que tenían puesta su confianza en el dinero y, además, creían que todo el mundo era así. Por eso, reaccionan cómo reaccionan, pensando que, según las palabras del Maestro, no iba a salvarse nadie. Y el mismo Jesús, en la respuesta que les da, reconoce que así será para todos los que no gocen de una especial gracia de Dios, porque, en sí, es algo imposible para los hombres. Es decir, que según el mismo Jesús es muy difícil no tener puesta la confianza en el dinero. Bueno, pues yo creo que lo que tenemos que hacer nosotros es examinarnos con sinceridad e imparcialidad. Ya dice el dicho popular: si quieres conocer la religiosidad de una persona, no le preguntes si va a misa, tócale el bolsillo. ¿Tenemos bien guardado, con siete llaves, nuestro bolsillo, o tenemos habitualmente el bolsillo abierto a las necesidades de la Iglesia y de los pobres?

La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza. Sabemos que la prudencia es una virtud cardinal, que consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello. La sabiduría es el grado más alto de conocimiento, que consiste, simplificando mucho, en vivir prudentemente. Aquí, en el libro de la Sabiduría se nos dice que lo que a Dios le agrada es que prefiramos la sabiduría a cualquier otro tesoro, incluido, por supuesto, la riqueza, y que vivamos prudentemente, haciendo en cada momento lo que Dios quiere que hagamos. En el texto esta frase se aplicó al frágil Salomón, pero es bueno que cada uno de nosotros la hagamos norma de nuestra conducta. Dios no nos va a fallar.
Como se nos dice en esta carta a los Hebreos, Dios ve en el interior de nuestra alma y de nuestro corazón; podemos engañar a los demás y hasta a nosotros mismos, pero a Dios no le vamos a engañar nunca. Debemos examinarnos todos los días ante Dios, con sinceridad y humildad, con sabiduría y prudencia. Y que en nuestro examen interior de cada día, no falte nunca la pregunta por el buen o mal uso que hemos hecho de nuestro tiempo y de nuestro dinero; es decir, si hemos sido prudentes y sabios, o imprudentes y necios. En definitiva, que intentemos ser siempre buenos, como es bueno Dios nuestro Padre, y como fue bueno su Hijo Jesús de Nazaret. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es.
P. Diego Ospina