Domingo XXIII Tiempo Ordinario Ciclo B 2018

Sordomudos físicos los ha habido siempre, pero sordomudos religiosos, que no quieran oír, ni hablar de religión, es un fenómeno relativamente reciente. Porque muchos sordomudos religiosos actuales no se declaran ni ateos, ni creyentes, simplemente pasan de religión. Y este fenómeno se da preferentemente entre los jóvenes, lo que convierte a este hecho en un hecho sumamente grave, desde el punto de vista religioso, claro. ¿A qué se puede deber esto? Las causas tienen que ser más de una, por supuesto, pero yo creo que una de las causas más frecuentes es el hastío que muchos jóvenes sienten hacia el lenguaje religioso tradicional que se usa para explicar los dogmas, para realizar la liturgia, y, en general, en el modo de llevar las catequesis diarias en nuestras parroquias y colegios religiosos, con honrosísimas excepciones. No es nada nuevo decir, ni oír decir, que la Iglesia debe actualizar su lenguaje religioso, si quiere llegar de verdad al corazón de los jóvenes. Jesús, tal como vemos en el evangelio de este domingo, no habló con palabras al sordomudo, porque no podía oírle, ni entenderle verbalmente, sino que le habló con unos gestos que eran muy significativos para ellos y para la gente de aquel tiempo. A la vista de lo que estamos diciendo, es fácil concluir que lo que debemos hacer los evangelizadores de hoy con los sordomudos de nuestro tiempo es cambiar nuestro lenguaje religioso y encontrar gestos sociales y religiosos que sean significativos para ellos. Es algo muy difícil de concretar, pero es algo tan importante, que nuestra Iglesia debe emplear todas sus fuerzas sociales y religiosas para conseguirlo. ¡Que Dios nos ayude a todos en tan importante y maravillosa tarea!

Para ejemplo de optimista el profeta Isaías: creía y así lo predicaba, que Dios puede hacer lo que nosotros, con nuestras solas fuerzas, no podemos conseguir: que brote agua en los desiertos y estanques en los páramos, que los sordos oigan y que hablen los mudos. La esperanza cristiana puede y debe llegar mucho más allá de donde puede llegar la sola razón teórica. No se trata de ser ingenuos, sino de confiar en que si nosotros ponemos de nuestra parte lo que Dios nos pide, podremos llegar hasta donde los cobardes de corazón y faltos de esperanza no podrán llegar nunca. La persona cristiana debe ser siempre una persona valiente y esforzada; los cobardes de corazón deben saber que hay un Dios que siempre está viniendo a salvarnos. Para eso vino Jesús al mundo, para salvar lo que estaba perdido y para dar vida a lo que estaba muerto. Sigamos su ejemplo.
En estos tiempos de tanta corrupción pública y manifiesta, no nos estará mal a los cristianos seguir los consejos del apóstol Santiago. Una fe teórica que no influya decisivamente en la práctica no es fe verdadera. Una persona corrupta, que practica descaradamente el favoritismo político, o económico, o social, o de cualquier clase que sea, no puede declararse cristiana. El apóstol Santiago le expulsaría de la Iglesia. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es.
P. Diego Ospina