Domingo XXII Tiempo Ordinario Ciclo B 2018

Jesús conocía bien a la gente de su tiempo y, por extensión, a la gente de todos los tiempos. A los fariseos y escribas del tiempo de Jesús la pureza ritual y el cumplimiento estricto de la tradición les servía fácilmente para tapar la mezquindad de su corazón. Con ritos, rezos, ayunos y sacrificios, tranquilizaban su conciencia, aunque su corazón permaneciera cerrado al perdón, a la misericordia y al amor de Dios y del prójimo. Hoy a muchos cristianos de nuestro tiempo nos pasa lo mismo: podemos seguir siendo egoístas, tacaños, inmisericordes, siempre que, eso sí, nos mantengamos fieles a ritos, normas y cumplimientos que nos impone la tradición religiosa en la que nos han educado. Jesús de Nazaret lo tenía muy claro: es de dentro, del corazón del hombre, de donde salen los buenos y los malos propósitos. El corazón del hombre es, simbólicamente, el centro de donde salen los deseos más nobles: bondad, lucha por la justicia, nobleza de alma, amor generoso; pero también el corazón es, simbólicamente, el centro de donde salen los malos propósitos, fornicaciones, robos, homicidios, codicias, injusticias, fraudes, egoísmo, envidia, orgullo. Si cambiamos el corazón, cambiarán nuestras costumbres. Esta es nuestra gran tarea a lo largo de nuestra vida: cambiar nuestro corazón. Pero muchas veces empezamos por el final: intentamos cambiar nuestras acciones, sin intentar cambiar nuestro corazón. Sólo en la medida en que nuestro corazón vaya cambiando, irán cambiando nuestras acciones.

En el Deuteronomio –segunda ley- Moisés manda a su pueblo cumplir los preceptos del Señor, para así poder tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de sus padres, les dará. Los preceptos del Señor, les dice, serán vuestra sabiduría y vuestra inteligencia. Si hacen esto, hasta los otros pueblos comprenderán que el Dios de Israel es un Dios más cercano y justo que los dioses de los otros pueblos. Bien, dejando a un lado lo que este texto bíblico tiene de apología histórica del pueblo de Israel y de su religión, yo creo que lo que a nosotros nos puede servir hoy de este texto es la importancia que se da a la cercanía de Dios hacia su pueblo. Esta cercanía de Dios hacia toda persona de buena voluntad se ve profundamente expresada en las palabras y en la conducta de Jesús. Jesús fue una persona de corazón manso y humilde, acogedor y cercano a todos los que estaban cansados y agobiados. En Jesús se ve y se palpa maravillosamente la cercanía de Dios hacia las personas. Alegrémonos los cristianos de tener un Dios que “está tan cerca de nosotros siempre que lo invocamos”.
Es importante resaltar que, en este texto, el apóstol Santiago nos dice que la mejor manera de aceptar dócilmente la palabra de Dios y llevarla a la práctica es atender a las personas necesitadas. Hacer esto, dice el apóstol, es llevar la palabra de Dios a la práctica, no limitándonos simplemente a escucharla, engañándonos a nosotros mismos. Volviendo al evangelio, podemos ver en este texto del apóstol Santiago una respuesta magnífica al grupo de fariseos y escribas que se quejaron a Jesús porque sus discípulos comían con manos impuras. En fin, pidamos a Dios que nos dé un corazón puro y cercano a los que más sufren, como fue el corazón de Jesús, como es el corazón de Dios. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es.
P. Diego Ospina