Domingo XX Tiempo Ordinario ciclo B 2018

La primera lectura de este Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario habla de la sabiduría y la sitúa frente –en contra– de la insensatez. El conocimiento de Dios –ya lo hemos dicho otras veces– nos coloca en una realidad personal más objetiva con olvido de fantasías inalcanzables o de deseos imposibles que suelen llenar nuestros tiempos insensatos cuando estamos lejos de Dios. La búsqueda de Dios ha de ser, además, placentera y humilde. No se trata de una asignatura técnica, ni tampoco de un ejercicio histórico de investigación. Basados en las Escrituras y en lo que los cristianos, a través de los siglos e inmersos en esa conexión valida llamada Comunión de los Santos, nos han ido aportando: la Tradición.


Nuestra experiencia personal surgida de una conversión, llegada –entonces– en medio de una realidad personal muy intelectualizada y politizada, nos índica que sin la esperanza de que sea Dios quien te enseñe, nada puedes sacar adelante. El momento de la conversión es ese conocimiento de que no se está solo y que el camino a seguir no tiene ni tiempo, ni espacio, ni prisa, ni fin. La fe se convierte luego en algo ligero y nada oprimente: que no es tanto creer lo que no se ve, como intuir con seguridad lo que después veremos. Dicen que una de las primicias de ese Mundo Futuro es la Eucaristía: la recepción del Cuerpo y Sangre de Cristo. Sin duda, y como experiencia personal, diremos que ayuda fundamentalmente en ese camino primero de relación con Dios.
La misa –mesa en la que coinciden la Escritura y la Eucaristía– es un ingrediente fundamental para ir creciendo en el conocimiento de la cercanía de Dios. Por eso consideramos muy importantes estos domingos de Agosto que la liturgia nos presenta las Lecturas Eucarísticas y, sobre todo, los pasajes del Evangelio de San Juan en los que Jesús habla de entregar su Cuerpo y su Sangre para la salvación de todos.
Es, precisamente, el pasaje que leemos esta semana en el que el mismo Jesús confirma que su Cuerpo y su Sangre son verdadera comida y verdadera bebida. No un planteamiento simbólico. Junto al convencimiento testimonial que nos dan las Escrituras está esa aproximación interna que nos acerca a la verdad y que produce la recepción de la Eucaristía. No es un acto sentimental, no se trata de sentimientos, es una comunicación con Quien se recibe. ¡Ojalá muchos que no se acercan al Sagrario pudieran comenzar a intuir las “ventajas” fehacientes que la recepción del Cuerpo y de la Sangre de Cristo producen! Por Ángel Gómez Escorial. Betania. Es
P. Diego Ospina