Domingo XIX Tiempo Ordinario ciclo B 2018

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San Juan dice, en el evangelio y en sus Cartas, que tanto el pan de vida, como la fe en Cristo, producen el mismo efecto: la vida eterna. Como sabemos, San Juan no describe en su evangelio la institución de la eucaristía, pero en el capítulo sexto habla extensa y profundamente del pan de vida. El pan de vida nos dice San Juan, nos da la vida eterna. También nos dice San Juan en este mismo capítulo que el que cree en él tiene vida eterna. Para San Juan el pan de vida y la fe viva en Cristo producen, pues, el mismo efecto: la vida eterna. De donde debemos deducir que la fe viva en Cristo es también comunión con Cristo. Es decir, que comer el pan vivo y creer en Cristo, según San Juan, es vivir en comunión con él. Es evidente que no se trata aquí de un comer físicamente el cuerpo de Cristo, como tampoco se trata aquí de un simple creer racionalmente en Cristo. Comer el cuerpo de Cristo es comulgar con él, es identificarse místicamente con él, como también creer en Cristo es querer identificarme con él, es querer vivir en comunión con él. Cuando comemos físicamente el cuerpo sacramentado de Cristo en la eucaristía debemos comulgar mística y espiritualmente también con Cristo. Solo si comulgamos espiritualmente con Cristo cuando comemos físicamente el pan consagrado, habremos comido el pan vivo que nos hace vivir para siempre. En este sentido, se han aplicado estas palabras de San Juan a la participación de los fieles en el sacramento de la eucaristía. El pan que comulgamos lo recibimos como pan de vida, como vida de Cristo, y por eso creemos que este pan nos da la vida eterna. No debemos separar nunca la comunión física de la comunión espiritual, porque comulgar con Cristo es comulgar con el cuerpo místico de Cristo, del que todos nosotros somos miembros vivos.

La eucaristía debe ser para nosotros alimento y fuerza espiritual, para vencer los muchos cansancios y las muchas dificultades que tenemos que vencer en nuestra vida. El profeta Elías se encontraba derrumbado física y psíquicamente, hasta el punto de desear la muerte. Pero el pan que le había preparado el ángel – el pan del cielo- le dio vida y vigor. El profeta Elías empleaba todas sus fuerzas en comunicar a su pueblo las palabras que el Señor ponía en su boca; él era únicamente un instrumento del que se valía Dios para hablar a su pueblo. Esta debe ser la misión de todo predicador del evangelio: ser un canal a través del cual la voz de Cristo llegue a otras personas. Para esto, el canal debe estar limpio y ser resistente; con la eucaristía Dios mismo limpia nuestro espíritu y nos da fuerza y entusiasmo. La fuerza que recibimos en la eucaristía no debe quedarse en nosotros, debe ser fuerza que fortalezca a los demás. No sólo comulgamos para nosotros mismos; comulgamos también para los demás.
San Pablo sigue animando a los fieles de Éfeso a vivir en comunidad cristiana y fraterna, tal como el Señor Jesús se lo había recomendado. Una comunidad cristiana en la que no reine el amor no es verdadera comunidad cristiana, porque no es una comunidad presidida por el Espíritu de Cristo, que es espíritu de amor. Los consejos concretos que da San Pablo a los primeros cristianos de Éfeso siguen siendo hoy tan válidos como entonces. Es suficiente con que los recordemos literalmente: “desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo”. Más resumido y mejor no se puede decir. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es.
P. Diego Ospina