Domingo XVI del Tiempo Ordinario ciclo B 2018

Tiene el relato de San Marcos un panorama íntimo, de comienzo de encuentros entre amigos. Jesús sabe que el periplo de los Apóstoles ha sido difícil y fatigoso y quieres proporcionarles un cierto descanso. Además es lógico que entre ellos cambiaran impresiones. Los discípulos deberían llegar fascinados por el poder que se les ha dado. Han podido someter a los espíritus inmundos y han conseguido sanar a la gente, contribuir a su felicidad. Han de tener esos enviados especiales que su Maestro es algo muy especial, “que no es de este mundo”. Pero la realidad se impone. No es posible el descanso. Hay muchos hermanos que los necesitan. El sentido entrañable que Jesús comienza a manifestar a sus amigos, a sus discípulos más cercanos, es superado por las necesidades reales de toda una multitud. Y así hemos de darnos cuenta que este fragmento de Marcos es uno de los más interesantes de todo el relato evangélico. Marca la verdadera dimensión del trabajo apostólico.

La liturgia de este día construye con sabiduría todo un conjunto doctrinal de paz y búsqueda de sosiego. Pablo nos habla de concordia. Nos comunica la existencia de un lugar de paz donde antes había un espacio pleno de odio. A su vez, el salmo 22 habla también de reposo mientras que Dios nos pastorea entre bellos paisajes. Es uno de los salmos más hermosos. Nos muestra un camino cercano a Dios lleno de belleza y quietud. No viene mal, cuando estamos inquietos, preocupados o agobiados, recitar los versos de este Salmo 22 en buscada de paz. En la primera lectura, el texto de Jeremías nos ofrece la paz del rebaño bien atendido. Jesús, tal como decíamos, va a querer encontrar un rato de charla sosegada con sus apóstoles. Es muy hermoso. Pero no es una invitación al descanso, ni aún para nosotros, durante el verano del hemisferio norte. Hay ovejas sin pastor que tiene necesidades y hay que enseñarlas con calma. Y es que, tal vez, la paz no es descanso en el sentido del ocio absoluto que tenemos la mayoría en estos tiempos. La paz es la serenidad que no fatiga, la limpieza interior que produce sosiego. La presencia de Dios en nosotros trae paz, quietud, serenidad, amor, solidaridad.

Desde la paz ofrecida por Cristo a los que volvían del trabajo y la enseñanza calmada –que también obsequió a quienes se sentían como ovejas sin pastor– el mundo se entiende mejor. Ojalá las sociedades humanas sean cada vez más pacíficas y más fraternas. Ojalá, asimismo, resuelvan sus problemas, incluso los de naturaleza sangrienta, con la paz, la unanimidad y la fuerza de la razón. Ese es el camino hacia la profecía pacifica de Isaías, hacia el Reino de los Cielos. Pero esa situación que parece totalmente utópica debería tener sitio en nuestro corazón y nuestra esperanza. Si buscamos paz tendremos paz. Si buscamos violencia y guerra, las encontraremos finalmente. Por Ángel Gómez Escorial. Betania. Es.

  1. Diego Ospina