Domingo V de Pascua ciclo B 2018

La viña que no se poda, se ahoga y termina por no dar buen fruto, sólo agrazones. Así nos pasa a las personas humanas: si no podamos nuestros brotes malos, nuestras malas inclinaciones, y si no resistimos con valentía las muchas tentaciones que nos da la vida, terminamos convertidos en personas espiritualmente secas, en simples esclavos de nuestras pasiones. Tenemos que podarnos corporalmente, en la comida y en la bebida, en el ejercicio y en el descanso, y tenemos que podarnos psicológica y espiritualmente, en pensamientos, palabras y obras. Somos sarmientos de la cepa que es Cristo y si no podamos todo lo que sea incompatible con Cristo, nos secamos espiritualmente y terminamos alejados de Dios. Para poder vivir en comunión con Cristo necesitamos purificar diariamente nuestro interior y comportarnos exteriormente de tal manera que nuestro comportamiento sea parecido al comportamiento de Cristo, salvando, naturalmente, las muchas distancias personales, de tiempo y espacio, que inevitablemente existirán siempre entre nosotros y Cristo. Podar, en este caso, significa lo mismo que purificar y sabemos que toda nuestra vida ha de ser un ejercicio continuado de purificación, porque venimos ya a este mundo con inclinaciones y tendencias originalmente malas y pecaminosas. En el evangelio se nos dice que intentemos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto, y sin un ejercicio continuado de poda y purificación, nunca podremos acercarnos a este ideal, porque no podremos dar fruto abundante de buenas obras.
El Pablo cristiano es el Saulo judío purificado de muchas creencias y comportamientos incompatibles con la vida de Cristo. Como se nos dice en el libro de los Hechos, los judíos más celosos de la ley judía no perdonaron nunca esta conversión de Pablo al cristianismo y, por eso, “se propusieron suprimirlo”. Pero al Pablo cristiano no le asustaban ni las persecuciones, ni la misma muerte, porque su único objetivo era identificarse con Cristo y, si Cristo estaba con él, todo lo demás lo consideraba sin importancia. Su único objetivo, como decimos, era identificarse con Cristo, hasta poder llegar a decir: “ya no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí”. Este ejemplo de Pablo debe animar hoy a muchos cristianos a permanecer fieles a su fe, en medio de las muchas dificultades y peligros que están sufriendo. En la dificultad se prueba la verdadera fe.
En esto conocemos que permanece Dios en nosotros: por el Espíritu que nos dio. Es seguro que si amamos de verdad a Cristo, de verdad y con obras, tenemos su Espíritu, daremos buenos frutos y cumpliremos sus mandamientos, amándonos unos a otros tal como él nos mandó. Dios nos habla a través de nuestra conciencia y, si tenemos fino el oído interior, sabremos en cada momento lo que Dios quiere de nosotros. El que ama de verdad, como Cristo nos amó, puede vivir seguro de que Dios le ama y de que el Espíritu de Cristo habita en él. Todo esto es fácil decirlo, pero es muy difícil hacerlo; amar de verdad exige un continuo esfuerzo de purificación de nuestro egoísmo, de constante poda interior. Sólo los esforzados alcanzarán el reino de los cielos. Esforcémonos nosotros cada día, hagamos poda interior, para ser siempre sarmientos vivos de la cepa que es Cristo. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es.
P. Diego Ospina