Domingo V del tiempo ordinario ciclo B 2018

Jesús vino a enseñarnos, a decirnos, que el reino de Dios estaba cerca y que, si queríamos entrar en él, debíamos previamente convertirnos. Jesús, todos los días de su vida pública, predicaba y enseñaba: “vámonos a las aldeas cercanas para predicar allí, que para eso he venido”. Jesús era todo él palabra, voz de Dios, que enseñaba y predicaba el reino de Dios. Pero, además de hablar y predicar, Jesús curaba. Allí mismo, en la Sinagoga, había curado a un hombre poseído de un espíritu inmundo y, en cuanto sale de la Sinagoga, en la casa de Pedro, cura “a la suegra de Simón que estaba en la cama con fiebre”. No se puede dudar que una de las causas primeras por las que la gente busca a Jesús es para que cure a sus enfermos; la gente sencilla veía a Jesús como a un poderoso taumaturgo, capaz de curar y expulsar demonios. En los evangelios, esto aparece de una forma evidente. Y, además de enseñar y curar, Jesús rezaba: “se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a rezar”. El día a día de Jesús era eso: enseñar, curar, rezar. Esta es también la tarea que debemos apuntar nosotros, cada día, en nuestra agenda: predicar con amor y valentía el reino de Dios; curar a las personas que, por los motivos que sea, se encuentran por sí mismas incapaces de descubrir este reino; rezar con toda nuestra alma para que Jesús nos muestre el camino que nos conduce al Reino de su Padre y nos ayude a todos a entrar en él.

El libro de Job es una reflexión muy rica en matices sobre la vida humana y es necesario leerlo todo entero para entender bien su mensaje. En el texto que nos propone hoy la liturgia vemos a un Job angustiado y deprimido, porque no encuentra sentido a su vida. Es como si el Dios que tanto le diera antes, ahora se hubiera retirado de su vida y no se acordara ya más de él. La tristeza y el dolor son su pan noche y día, vive como desterrado de Dios y tiene que cumplir un servicio al que no le encuentra sentido alguno. ¿Para qué seguir viviendo en estas circunstancias? Esta experiencia del sinsentido de la vida podemos padecerla más de una vez cualquiera de nosotros. Es la pérdida de ese sentido y esa esperanza vital, tan necesaria para seguir viviendo y luchando contra las dificultades y el cansancio de cada día. Job, como sabemos, a pesar de tanta dificultad y dolor, no perdió nunca la esperanza en Dios. La angustia y el dolor no rompieron nunca del todo su esperanza y su paciencia; por eso seguimos aún hoy hablando de la paciencia del santo Job. En medio de nuestras tristezas y desesperanzas, no perdamos nunca nosotros la paciencia y la verdadera y definitiva esperanza en Dios.

San Pablo les dice a los fieles de Corinto que él les predica el evangelio de Jesús por mandato del mismo Jesús. No lo hace por gusto o capricho personal, sino porque “le han encargado este oficio” y ¡ay de él si no evangelizara! Eso sí, lo hace a gusto y de balde, “haciéndose esclavo de todos para ganar a los más posibles”. Buen ejemplo este de San Pablo para catequistas y predicadores del evangelio: predicar el evangelio de Jesús de balde, por puro amor a los demás y por fidelidad a nuestro compromiso cristiano. Por Gabriel González del Estal. Betania. Es.
      P. Diego Ospina